Seleccionar página

Juanco y Claudia

Consejería matrimonial

Seguimos construyendo, seguimos aprendiendo, y seguimos sembrando; pero ya no desde la herida, sino desde la esperanza.

Nuestra historia

Nos casamos en el año 2000, cuando ambos teníamos apenas 22 años. Como muchas parejas jóvenes, comenzamos llenos de sueños; pero pronto enfrentamos desafíos que pusieron a prueba los cimientos de nuestro matrimonio.

 Al poco tiempo de casarnos, enfrentamos una de las pruebas más dolorosas de nuestras vidas: después de un año de anhelo y búsqueda, recibimos la noticia de que seríamos padres por primera vez. Sin embargo, en el 2001, nuestra hija falleció a los 8 meses de gestación. Su partida dejó una herida profunda en nuestros corazones y marcó de forma significativa los primeros años de nuestro matrimonio.

 A pesar de la bendición de tener dos hijos después de aquella pérdida, nos dimos cuenta de que algo en nuestra relación se había quebrado. El dolor no sanado, los silencios, las heridas sin procesar… nos llevaron al borde del divorcio.

Fue en ese punto crítico que comprendimos una verdad transformadora: Descubrimos el valor inmenso de aprender de otros, de dejarnos acompañar, de reconstruir desde la verdad y la vulnerabilidad, entendiendo que necesitábamos aprender, dejar que otros nos acompañaran y abrirnos a procesos que restauraran no solo nuestro vínculo, sino también nuestro propósito como pareja y padres. Empezamos a caminar en dirección contraria al orgullo y la autosuficiencia, reconociendo que nuestra historia podía ser sanada si decidíamos sembrar diferente.

 Hoy, más de dos décadas después, y con cuatro hijos en diferentes etapas de la vida, podemos decir con gratitud que Dios ha sido fiel. Nuestra historia no es perfecta, pero es real. Cargada de errores, aprendizajes y redención. Y creemos que cada parte de nuestro pasado —incluyendo lo más difícil— puede ser usada para inspirar, acompañar y animar a otros matrimonios.

 Seguimos construyendo, seguimos aprendiendo, y seguimos sembrando. Pero ya no desde la herida, sino desde la esperanza.

«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.»

— 2 Corintios 1:3-4 (NVI).